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“El único propósito de la vida es encender una luz en medio de la oscuridad de la existencia”.
CARL JUNG
“Las personas solo cambian de verdad cuando se dan cuenta de las consecuencias de no hacerlo”
MARIO ALONSO PUIG
Mientras redacto este artículo, guardo en Dock, minimizado, el archivo con la lista (incompleta) de los asistentes a mi próximo taller. Me dedico profesionalmente a impartir talleres de desarrollo y crecimiento personal. A través de varias herramientas y métodos de aprendizaje, para particulares y empresas.
En estas últimas, la asistencia a la formación es obligatoria, marcada por la dirección o por recursos humanos, y no supone un problema llenar los talleres. Algo muy distinto ocurre cuando la formación está dirigida a particulares. Estos talleres constituyen el ámbito y el motivo de análisis de este artículo.
Antes de continuar, reviso una vez más las redes sociales, a través de las cuales publicito mi próximo taller en busca de algún mensaje sin leer. Publicaciones en esas mismas redes, campañas de marketing on-line, e-mails, whatsapps, llamadas telefónicas,… Una larga lista de acciones para completar una lista mínima de asistentes para que el taller pueda salir. Trabajo a menudo arduo y, a veces, titánico.
Y en cada ocasión, me hago las mismas preguntas: ¿Por qué una persona decide asistir (o no) a un taller de desarrollo y crecimiento personal? ¿Qué elementos entran en juego en la decisión? ¿Cuáles son los factores más importantes, lo que más valora el interesado? Supongo que habrá una respuesta diferente, individual, propia, por cada participante.
Pero ¿cuál es el factor clave, el que lleva al éxito (o al fracaso) tu convocatoria? Vamos a analizar algunas pistas o ideas que creo pueden influir en el resultado final.
¿Qué atrae a los participantes?
En el mundo de la formación, como en todos los demás, existen grandes “estrellas”, profesionales que son un referente en su campo con un inmenso poder de convocatoria. Obviamente, ellos no leerán este artículo.
No quiero pensar que la única solución sea esperar años de carrera profesional con talleres a medio llenar hasta conseguir ese gran efecto llamada del que contados profesionales disfrutan. Y más en un mundo complicado y enrevesado como es el de la formación en crecimiento y desarrollo personal, donde lo que prima es la apariencia, la imagen proyectada con todos sus adornos, y que puede no corresponderse con unos contenidos a la altura de lo que se espera recibir. Mientras que, otras opciones, con un enorme valor en sus contenidos y metodología, fracasan.
¿Todo depende entonces de esta imagen, proyectada en redes sociales a través del marketing on-line? ¿Es ésta la llave, la clave principal? ¿Qué es lo que realmente se compra y se vende en este mercado del “ser mejor persona”? ¿Una imagen proyectada, los contenidos, valores, soluciones, un anhelo de cambio, una varita mágica,… la lámpara maravillosa..?
A la hora de tomar una decisión y embarcarse la aventura del “conocerse más a uno mismo” sin duda es un factor muy importante saber cómo va a ser el taller: su contenido, temática, método o la experiencia que ofrece. Muy a menudo me encuentro que me hacen la pregunta: “¿esto de qué va?”. Pregunta que tras el taller a menudo se convierte en un: “No me imaginaba que fuese así…”
En mi caso, que me dedico a impartir talleres basados en la gestión emocional con herramientas tan poco usuales como piezas de Lego® o el trabajo de coaching con caballos esta cuestión se hace recurrente, y está presente en la mayoría de las comunicaciones de los interesados.
Resulta muy complicado trasladarles (a los futuros clientes) en una breve respuesta comercial, de manera clara y directa, en qué consiste el taller, qué experiencias pueden vivir, qué beneficios pueden obtener, etc… ¿Cómo exponerles la totalidad del proceso, cómo hablarles del “qué”, (que es lo que quieren oír) sin entrar en el “cómo”?
Asimetría, el elemento sorpresa del taller de crecimiento y desarrollo personal
En 1970 el economista norteamericano George Akerlof (Premio Nobel de economía en 2001) publicó un artículo referente a la venta de coches de segunda mano donde hablaba de la diferente información que manejaban, en la venta, el vendedor y el comprador del coche. El primero tenía datos exactos del estado del coche mientras que el segundo se encontraba prácticamente a ciegas en la toma de decisiones. Su única información veraz a la hora de comparar era el precio. Esto hacía que las probabilidades de adquirir un “lemons” (un cacharro) se multiplicasen exponencialmente para el comprador.
Akerlof creó y desarrolló así el concepto de la venta asimétrica, donde comprador y vendedor tiene informaciones muy desiguales sobre el producto. Creo que esto es perfectamente aplicable a gran parte de la oferta actual de talleres de crecimiento y desarrollo personal. Los interesados en la formación carecen, en multitud de casos, de los elementos necesarios para una toma de decisiones objetiva y madurada. Se encuentran a oscuras respecto a las experiencias, las vivencias y los contenidos (incluso los beneficios) que está comprando.
A esto contribuye la existencia en el mercado de talleres con métodos o nombres rimbombantes o exóticos que a veces, ni los que nos dedicamos a esto, somos capaces a primera vista, de saber en qué consisten.
Si a esto unimos el hecho, demostrado científicamente, que a la hora de realizar una compra, el miedo o temor a perder es 2,5 veces superior al deseo de ganancia, parece que se dan las condiciones ideales para dejar desiertos la mayoría de los talleres.
La oferta y la demanda, ¿qué elegir?
Otro elemento a tener en cuenta es que el mercado de crecimiento y desarrollo personal está en auge y por lo tanto saturado de oferta. Infinidad de métodos o caminos ofrecen las mismas soluciones o similares. El crecimiento personal está de moda, y esa moda dispara la oferta.
Siguiendo esta misma moda encontramos a un reducido grupo de personas que se tiran a la piscina y aún con los escasos elementos de decisión a que nos referimos, se apuntan con asiduidad y casi «fervor» a todo tipo de eventos y formaciones, sea de lo que sea. Pero este grupo fiel e incansable no da para llenar los talleres.
También influye la resistencia de muchas personas a la hora de adentrarse en un autoconocimiento más profundo, basada en la creencia de que van a verse obligados a enfrentarse a situaciones “desagradables” que tienen su origen en esa búsqueda.
Esa resistencia, que vive bajo el lema “yo estoy bien, no necesito esas cosas” se acrecienta cuando la propuesta para el autodescubrimiento lleva consigo el mostrarse en grupo. Es quizás confundir lo personal con lo íntimo e imaginar situaciones comprometidas delante de los demás. Es, en el fondo, el miedo al cambio, a los comportamientos “desconocidos” que creemos vamos a experimentar durante ese cambio, y a tener que vivirlo y expresarlo delante de otros.
Conclusión
Por otra parte, el precio del taller es otro obstáculo a salvar. Y más aún si, como decimos, la alternativa que se plantea es aceptar un precio a cambio de un producto nada claro o concreto. Es la asimetría a la que nos referíamos, que aleja a los participantes de las certezas y/o expectativas en las que cimentar el deseo de compra.
Así que tenemos un interesado que sabe poco o nada del producto que está comprando y que tiene que ceder un precio a cambio de esa incertidumbre. Y que además se resiste a “adentrarse” en el conocimiento de sí mismo, de la persona que es, y mucho menos a mostrarlo en público.
Y a pesar de todo esto, el nivel de satisfacción posterior de los que participantes, es generalmente muy alto. Son muy pocos los que se van de vacío, sin encontrar aspectos beneficiosos o productivos. Muy pocos testimonios he oído de personas que se hayan arrepentido de acudir a una de estas formaciones, y ninguno puedo decir, como parte de mi propia experiencia.
Analizando todas estas circunstancias para el interesado, quizás sea entonces cuestión de correr un pequeño riesgo, decir “si” a esa pequeña aventura. Atreverse a experimentar, a descubrir, a ser…
Para el profesional que convoca el taller, sin duda deberá eliminar, o al menos acortar todo lo posible, esa asimetría de la información que sobre el taller que necesita tener su cliente. Esa desigualdad, ese mar entre dos islas, nos separa del éxito. Y sin duda añadir valor a aquello que ofrecemos, de manera continua, siempre en aumento.